El sábado pasado, mi vecina tuvo una fiesta en su casa. Empezó como típica reunión de adolescentes sin nada más que hacer. Las quince veces que crucé la calle se divisaba desde lo lejos la chela barata y muy de cerca se escuchaba el infame reggaetón y las conversaciones banales de “no gooooei”, “no mames, gooooei”, etc. Si se preguntan por qué crucé la calle tantas veces, no les diré, pero créanme que fue exclusiva necesidad y no fisgoneo.
La tarde se apagó, después de un rato dejó de ser tarde de púberes y comenzó la noche de ligue. Vario producto femenino circulaba entre carros último modelo y las últimas tendencias del alcoholismo con Whisky. Lo curioso es que las nenas de éste tipo y a esta edad y en éste tipo de lugares, sólo calientan y justo cuando empieza lo bueno, el papá toca la bocina para que salgan despavoridas.
Qué patético es que esté relatando una fiesta a la que principalmente no asistí. Me siento como Pavlov con sus perros, o cómo detrás del cristal de la sala de interrogaciones de C.S.I., no estuve formando parte de la susodicha “fiesta”, pero por ser vecina de al lado se me quedó la impresión, la desvelada, los vasos desechables en la cochera y como no, el “delicatesen” de selección musical.
Como por las dos de la mañana, ya había un aproximado de 80 personas en la casa-cochera-patio y hasta en la calle. Y de tener un volumen moderado para todas la mezcla de salsas, cumbias y otros éxitos del reggaetón, a alguien, espero no saber nunca quién, se le ocurrió poner a todo volumen en el estéreo del auto (vía bluetooth gooooei) algo así como un disco completo de Psycho. Puta.
El Psycho, en mis épocas de teatrera, preparatoriana, en busca de un adapte social, el psycho era la onda “goooei”, tenía sus sub-géneros y hasta clasificación categorial. Había Psycho de calle, psycho de antros, psycho machín para raves, psycho barato de puestecito de mercados, etc. El que alcancé a escuchar y ver vibrar, entraba en la última categoría (de mercadito). Me quedé en OFF y en vela durante más de una hora. Hasta que paró, no sé si el disco se acabó o llegó patrulla, no lo sé, pero aquella cosa maldita que lastimaba mis oídos ya no estaba ahí.
Me acabo de enterar, dos días después del suceso, que mi otro vecino de al lado llegó a mitad de la fiesta (justo durante el episodio psycho), entró a la casa, pateó a dos perdidos en el suelo, desconectó bocinas, tiró una laptop y casi muere. Docenas de chavitos alcoholizados le dieron muchos golpecitos que cuando recupero el conocimiento, dio de testimonio de que “no pegan tan fuerte”. Quiso poner demanda, que no procede por daño a la propiedad ajena y demás burocratices.
En fin, es cierto eso que digo, NUNCA he escuchado la MISMA canción de psycho dos veces, para mí todas suenan diferentes, o la verdad inconsciente es que algunas son tan espantosas, que, hay que borrarlas de la mente para poder decir que nunca quiero volver a escuchar eso.
Estoy madurando, diría mi madre.